Desperté en una embarcación. La adusta mirada de los pasajeros y el porte del barquero me revelaron, tempranamente, que estábamos navegando por las aguas del Estigia. Se me oprimió el corazón. De súbito, una mujer —que me recordó a mi madre— posó sus manos sobre mi cabeza y con una voz dulcísima me dijo: “Vuelve a la costa, pajarillo”.
Esta mañana, al restregarme los ojos, algunas plumas persisten entre mis dedos.