política, sociedad, Estados Unidos, terrorismo, Islam, musulmanes
Imagen: Foto de Viktor Nargornyy

Boston no es el 11/9

Después del 11/9, Estados Unidos dirigió su rabia hacia los musulmanes y luego trató de rearmar el Medio Oriente. Once años después, tratemos de no cometer el mismo error, escribe Peter Beinart en The Daily Beast

Por Otros Medios | En: The Daily Beast | 2013-04-22 | 16:25
Tags | política, sociedad, Estados Unidos, terrorismo, Islam, musulmanes
"Esta vez, el debate no es acerca de ellos. Es acerca de nosotros."

"En ocasiones, durante la semana pasada, me sentí como en los días del 11 de septiembre: La interminable cobertura mediática, los héroes que reaccionaron primero, las imágenes espantosas, los rezos de múltiples religiones. Pero algo faltaba. Me tomó algunos días darme cuenta: En esta ocasión Estados Unidos no va a rearmar el mundo musulmán.

Después del 11/9, ese impulso misionero tomó diferentes formas. Para Ann Coulter, que propuso que "deberíamos invadir sus países, matar a sus líderes y convertirlos al cristianismo", la cruzada post 11/9 fue literalmente eso. Otros fueron más ecuménicos. En su discurso al congreso una semana después de los ataques, George W. Bush declaró que "libertad y temor están en guerra. El avance de la libertad humana, el gran logro de nuestra época y la gran esperanza de toda época, ahora depende de nosotros". Y muchos que detestaban a Bush -yo incluido- celebraron, creyendo que la mejor forma de prevenir otro 11 de septiembre era llevar a cabo una batalla generacional por la democracia en el mundo musulmán, como lo hicimos en Europa cuando sus especies de totalitarismo amenazaron nuestra seguridad.

Ya nadie está diciendo eso. Por el contrario, todo el debate en torno a normativas relacionadas con Boston ha sido interno: ¿Debió la policía haber leído a Dzhokhar Tsarnaev sus derechos?  ¿Debería ser juzgado ante un tribunal militar? ¿Debilita el ataque los argumentos a favor de la reforma migratoria o un chequeo de antecedentes pudo haber ayudado? En parte, esta mirada interna surge de las particularidades del ataque. Los sospechosos no han sido asociados a Al Qaeda, y Al Qaeda -que durante el 11/9 prácticamente manejaba Afganistán- no es lo que solía ser. A diferencia de sus predecesores del 11/9, estos supuestos asesinos son americanos -eran inmigrantes antes de volverse terroristas. Y a diferencia del 11/9, donde la mayoría de los sospechosos venían de Arabia Saudita, un agitado rincón del imperio americano, los Tsarnaevs vienen del Cáucaso, un agitado rincón del imperio ruso. 

Pero no es sólo eso. Desde el 11/9, Estados Unidos se ha salido del negocio de tratar de rediseñar el Medio Oriente. Después de breve período en el cual el militarismo misionero disfrutó gran apoyo de ambas alas del espectro político, la izquierda ha perdido la fe en la fuerza militar y la derecha ha perdido su fe en la democracia en Medio Oriente. Esta vez, el debate no es acerca de ellos. Es acerca de nosotros. 

En la derecha americana hay gente como el representante de Long Island, Peter King, enfurecido por el rechazo "políticamente correcto" de Estados Unidos a tratar a los musulmanes de manera diferente que al resto de los estadounidenses. Dado que los musulmanes representan la principal amenaza, argumentan, el gobierno debiese enfocar su atención en ellos y dejar de molestarse con el resto de nosotros. Gente como King reconocen que prejuiciar basados en la religión puede generar resentimiento en los musulmanes, al igual que el prejuicio racial  (que alguna vez los conservadores impulsaron ruidosamente) lo ha hecho con los afroamericanos. Pero están menos interesados en hacer que los musulmanes se sientan bienvenidos, que en asegurarse de que los otros americanos se sientan a salvo de ellos.

El problema con esta estrategia es que origina el mismo resentimiento hacia los Estados Unidos del que los jihadistas se alimentan. Muchos inmigrantes se preguntan si serán recibidos como verdaderos americanos. Con los inmigrantes musulmanes la apuesta es particularmente alta porque los jihadistas buscan politizar su incomodidad cultural asociándola a las políticas estadounidenses en Medio Oriente.

Desde una perspectiva de seguridad, en otras palabras, es aún más importante que los recién llegados musulmanes se sientan bienvenidos en Estados Unidos, que otros inmigrantes. Y la estrategia conservadora -vigilancia aumentada, charlar "francamente" sobre cómo el Islam es más propenso a la violencia que otras religiones e incluso restringir la construcción de mezquitas- es probable que provoque lo opuesto.

El gran debate post-Boston es si acaso los Estados Unidos tratará a sus inmigrantes musulmanes más como potenciales terroristas o como potenciales estadounidenses. Después del 11/9, muchos estadounidenses prometieron ayudar a los musulmanes a fortalecer su democracia en el Medio Oriente. Ahora la pregunta clave es si nuestro tratamiento de los musulmanes reforzará la democracia en los Estados Unidos." 

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