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Fiesta vs. Pega: ¿Una pelea ganada de antemano?

Nuestro lector, Héctor Grandón, narra su particular visión de las celebraciones dieciocheras de oficina.

Por Héctor Grandón @papadelyear | 2013-09-17 | 11:29
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Entrando a septiembre, tanto los que pasaron agosto, como los que se encargan de que las fiestas patrias sean más fiestas que patrias, entran en tensión constante y en alza ni bien comienza a notarse en las empresas "ambiente" propicio para hacer preparativos para la magna celebración. Carreritas a Recursos Humanos, correos electrónicos que van y vienen, y las consultas a las sacrificadas asistentes de las diferentes secciones, incluida la gerencia, que al menos con dos a tres semanas de anticipación, con el dinamismo que las caracteriza, ya tienen carpetas con las diferentes posibilidades, precios y menús probables para realizar el santificado ritual de despedir alegremente al personal para que "agarre vuelo" con las fiestas patrias.

Eso por una parte, tal vez cae en el reino de lo utópico, pero muchas veces, no pasa de un ejercicio tentativo para apaciguar conciencias, dejándolas tranquilas en el convencimiento de que la celebración "se mueve" cuando en realidad esta haciendo totalmente lo contrario. El Gerente no está convencido, Recursos Humanos quiere algo más familiar, Operaciones quiere eventos separados porque no todas las secciones trabajan con los mismos horarios, y un largo etcétera que no pongo por escrito para no hacer caer a nadie en depresión predieciochera.

Finalmente, y de esto soy testigo en la propia empresa donde trabajo, la solución es llevada a puntos sin parangón de precariedad. Una parrilla que alguien se consiguió llega amarrada en el techo de un auto. Del supermercado más cercano comienzan a salir sacos de carbón en religiosa procesión. Alguien con paciencia y buen ojo logra rescatar del pandemónium del retail un par de cortes de vacuno y uno de cerdo, que inmediatamente, y sin mayor preparación que unos puñados de sal escamoteados de la cocina, van a parar a las brasas en medio de un jolgorio general que no consigue esconder el hecho que el horario de trabajo, en teoría, no se detiene por un asado.

Los mas sedientos, que de hecho logran conformar mayoría, hacen acopio de paciencia y buenos datos y, en un momento del día en que es suicida meterse a un supermercado, comienzan a descargar con artilugio de mago experimentado, una infinidad de botellas, sean estas de vino, cerveza, latas, y hasta una que otra conteniendo espirituosos de mayor calibre.

Para ese minuto, los choripanes ya están circulando como una verdadera riada de sabor concentrado, metidos en marraquetas de tan nívea blancura, que uno inmediatamente se pregunta donde está la panadería que produce tan excelso trabajo, y por qué no hay una de esas cerca de donde uno vive.  En medio de tan espectacular desfile de alegrías humanas, que en mi humilde y personal opinión, tan solo representan un recuerdo atávico fósil de nuestro cerebro primate, cuando el éxito de la cacería generalmente era motivo de asado y fiesta generalizada, que la conspicua figura del Gerente General asoma en el sucucho donde la "fiesta" tiene lugar. Detrás de él, y como si la cosa fuera realmente en serio, con serio peligro para tu ropa interior, asoman Recursos Humanos y Operaciones. En instantes como ese, en que la pega y la vida penden de un hilo, salta heroica la impoluta figura del empleado más antiguo, el más "movido", el que conoció a toda la dirección superior cuando llegaron trasvasijados de la universidad sin siquiera saberse afeitar bien, que raudo y en medio de risas algo frías y preocupadas que intentan ser de buena crianza, ofrece sin demora un pedazo de carne, un choripán, y un vasito de vino para pasar la traición de ponerse a celebrar y no a trabajar.

La risa y la frase fatua del Señor Gerente logra romper siempre ese hielo que causa una violación tan flagrante al sagrado derecho de un empleador a chicotear a sus empleados, aunque la fiesta sea tan justa como cualquiera. "Menos mal que no estaban preparados" o alguna otra más creativa, que al final es lo de menos. Sea por el nivel de alcohol, el calor o el hambre por hincarle el diente a la carne, todos los involucrados se ríen como si el supuesto chiste ya fuera acreedor a la gaviota de oro sin haber sido ni propuesto como humorista para viña.

Cuando ya medio Chile va camino de su casa, la celebración está en su punto alto.  La Parrilla ya ha sido desprovista de todo atavío cárnico, y  la única reserva disponible de material dieciochero se reduce a alcohol. Comienzan las canciones, los abrazos y hasta el típico y consabido "¿Y? ¿Somo' amigo o no somo' amigo?" y otras del imaginario alcohólico colectivo y popular. Ese es el momento justo en que la cabeza directora de la empresa se retira estratégicamente cubierto de aplausos por no haber decapitado a nadie, nada más porque la osadía le cayó simpática y tanto el asado como el vino no estuvieron para nada mal.

Finalmente, cuando el cielo despejado ya se vuelve púrpura antes de entrar en el majestuoso azul rey de la noche, uno llega a su casa, contento, feliz, con unos buenos gramos de carne y choripán en el estómago, al par de todo el alcohol consumido en bien de la salud estomacal y del cuerpo en general, convencido que año a año la empresa se porta mejor en esas fechas con sus empleados.

Solo cuando llega el angustioso trance de fin de mes, te das cuenta que fuiste tú quien solventó la fiesta, y el cantado aguinaldo finalmente no alcanzó la cifra prevista, y encima pasó malamente la prueba tributado y cotizado.

Cosas de las fiestas...

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