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Imagen: César Mejías

Las lecciones que nos deja Nueva Zelanda sobre reconciliación con las comunidades indígenas

Cuando se habla de conflictos entre estados y comunidades indígenas, el ejemplo de Nueva Zelanda es uno que se lee alrededor del mundo. ¿Qué fue lo que hicieron para solucionar este problema que afecta a Chile actualmente?

Por Rodolfo Westhoff @rwesthoff | 2018-11-16 | 11:00
Tags | nueva, zelanda, reconciliacion, pueblo, indigena, originario, leccion

*Esta nota fue originalmente publicada el 24 de julio de 2017. Hoy la destacamos en vista de los últimos enfrentamientos en La Araucanía. El modelo de Nueva Zelanda puede dar luces a nuestro país sobre un exitoso modelo de reconciliación, que no necesariamente es replicable, pero sí resulta inspirador.

Uno de los grandes problemas que aquejan a nuestro país actualmente es el llamado (o mal llamado) conflicto en la Araucanía. En pocas palabras, se trata de los grandes desacuerdos entre comunidades y organizaciones mapuche y el Estado de Chile, que se vienen arrastrando desde hace décadas y que tienen como principal problema las tierras. La supuesta “pacificación” de la Araucanía (s.XIX) es considerada en realidad una ocupación territorial que hoy buscan reivindicar.

En esta disputa, lamentablemente no han surgido soluciones efectivas. Es por eso que en El Definido decidimos mirar hacia afuera en la búsqueda de algún caso exitoso en el que un estado logró solucionar sus problemas con las comunidades indígenas y adivinen con quien dimos: la tierra del kiwi.

No de la fruta kiwi, sino que la del pequeño pajarito víctima del Demonio de Tazmania. Estamos hablando de Nueva Zelanda, un país que le puede dar cátedra al mundo sobre cómo manejar este tipo de asuntos.

Se viene trabajando desde el siglo XIX

Prácticamente todo este trabajo de resolución entre el estado de Nueva Zelanda y sus comunidades indígenas se remonta al 1840, cuando el Reino Unido firmó el Tratado de Waitangi. ¿Por qué el Reino Unido? Porque en ese entonces Nueva Zelanda era una colonia de ellos y, básicamente, el acuerdo declaró que la naturaleza del país es “bicultural”, es decir, británico y maorí; y constó de tres puntos clave:

- Primero, que las autoridades indígenas tienen que ceder su soberanía y autoridad sobre los terrenos que posean a la corona británica (sí, no suena muy conciliador).

- Segundo, que se garantiza a las tribus indígenas que no serán molestadas por asuntos de propiedades y que tendrán absoluta exclusividad sobre la posesión de estas mientras deseen mantenerlas. Pero que de todos modos existirá la opción de vender dichas propiedades al estado (si es que las partes están de acuerdo).

- Finalmente, que debido a todo lo anterior, el estado garantizará a los indígenas la protección y entrega de los derechos y privilegios de los ciudadanos británicos. Además, se les consagró la igualdad ante la ley y se establecieron ciertas cláusulas para que la Corona siempre proceda según los intereses de las comunidades indígenas.

Así, se sentaron las bases para establecer una relación amistosa y horizontal entre maoríes y el estado, siempre teniendo presente que las negociaciones que se llevaran adelante serían desde el prisma de la buena fe y del cuidado mutuo (estamos hablando de un país donde actualmente la comunidad maorí representa el 14% de la población).

Por cierto, el rollo “bicultural” del tratado fue un elemento clave para la construcción de lo que ha sido la identidad de los kiwi (como se les dice a los neozelandeses), ya que ayudó a cambiar el “switch”, a elevar el estatus de los maoríes y a valorar la identidad cultural del país. Prueba de ello es que la cultura maorí es considerada como propia por los neozelandeses, ya que se pueden apreciar sus rituales en ceremonias de recibimiento de inmigrantes o de adquisición de ciudadanía, además de tener representación en el ámbito político.

No todo fue color rosa

Pero no se apresuren, que el asunto no termina ahí. Desde el tratado, entidades internacionales de Derechos Humanos han ido denunciado que el estado de Nueva Zelanda ha incurrido en una serie de prácticas que deterioraron el panorama para las comunidades indígenas del país.

Los acuerdos no siempre se cumplieron y la identidad cultural maorí no siempre se respetó. Eso a la larga incidió en una fuerte disminución de la población indígena a raíz de la usurpación de terrenos y la restricción cultural y económica que se les terminó imponiendo. Por suerte, nuevamente eso cambió.

Los ‘70: la década de la “reconcilieichon”

Ya habían pasado más de 100 años desde el tratado y la verdad es que las cosas no pintaban muy bien. Y así como la población negra en Estados Unidos hizo de las suyas para hacerse escuchar en los ’60, los maoríes hicieron lo mismo en Nueva Zelanda. ¿El resultado? Una nueva política de reconciliación que zanjó el tema.

Lo primero que se hizo tuvo lugar en 1971, tras la creación de la Oficina de Conciliación de Temas Raciales. La idea era solucionar el problema que aquejaba a la sociedad y uno de sus primeros resultados fue la creación de un Tribunal de Justicia dedicado exclusivamente a revisar los intercambios comerciales que hicieron los maoríes desde que firmaron el tratado de Waitangi (y así recompensarlos en aquellos casos en los que las negociaciones fueron injustas).

Posterior a eso, se dio con un nuevo tratado: el de Ngai Tahu. En breve, consistió en resolver una disputa territorial en la Isla del Sur. Ahí se les reconoció el derecho a los maoríes de estar representados en áreas de conservación, de ser consultados por el Ministerio de Conservación en situaciones que lo ameriten y se declararon montañas, lagos y valles como valores culturales de los maoríes (lo que en la práctica significó que no pueden ser intervenidos). Además, se les otorgó el “permiso” de acampar en terrenos fiscales, dependiendo de lo que dicten sus tradiciones, algo que está recontra prohibido para los habitantes no indígenas.

Más ingredientes para una buena receta

Si bien los tratados fueron un elemento clave en la creación de un ambiente de armonía entre ambas culturas, las políticas públicas impulsadas por el gobierno también tuvieron mucho que ver en este caso de éxito.

Por ejemplo, se creó un canal de televisión público maorí y se fomentó la transmisión del lenguaje maorí en la TV, se enseñó el idioma maorí en los colegios, se reformó el sistema educacional para hacerlo multicultural, etc.

Así se logró, entre otras cosas, que la mayoría del país se empezara a interesar en cosas como pronunciar bien las palabras de dicho idioma y respetar sus tradiciones (en parte gracias al aumento de su presencia en los medios).

¡Ojo con los contextos!

Pese a lo bien que suena, la verdad es que el caso de éxito de Nueva Zelanda no es necesariamente replicable en cualquier otro conflicto de este tipo. Después de todo, cada sociedad o cultura responde de una manera distinta a los incentivos que se puedan utilizar para resolver el problema.

En ese sentido, es importante destacar que en Nueva Zelanda se dieron un puñado de condiciones particulares: cuenta con una población indígena importante, unificada, coordinada y que habla un solo idioma.

¿No nos sirve de nada entonces? Pues sí, saber que un conflicto complejo, que involucra pueblos indígenas, pudo ser resuelto con esfuerzos importantes de ambas partes, nos hace ver que hay pasos concretos que dar en la Araucanía. Habrá que ponderar la situación de nuestro país e identificar las principales necesidades de nuestros pueblos (en este caso el mapuche), y sobre todo, comenzar un diálogo donde ambas partes estén dispuestas a llegar a un acuerdo. Es el punto de partida que debemos exigirle a todos nuestros representantes políticos, si es que no queremos que se sigan prolongando las tensiones.

¿Crees que podríamos solucionar el conflicto en la Araucanía de una forma similar?

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