tiempo, horario invierno, calendario, historia
Imagen: César Mejías

Breve historia de la división del tiempo, ¿quiénes estuvieron detrás de los años, los meses y las horas?

Estamos acostumbrados a cambiar (probablemente no de buena gana) la hora dos veces al año para ajustarla al cambio de estación. Aquí te contamos el origen de esta práctica y de dónde viene nuestra forma de organizar el año.

Por Alejandra Concha Sahli | 2018-05-16 | 13:00
Tags | tiempo, horario invierno, calendario, historia
La hora es en sí misma, es nada más que una convención social, como lo son todas las formas de medir y organizar el tiempo. Lamentablemente, ninguno de los que vivimos en sociedad podemos desligarnos de esto.
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Llegó finalmente el siempre polémico cambio de hora de invierno, en el que el sábado pasado todos debimos atrasar nuestros relojes una hora. Generalmente odiado, raramente querido y casi nunca indiferente, desde ahora y hasta el próximo 12 de agosto, la mayoría de nosotros tendrá que conformarse con tomar otro café para combatir las ganas de irse a la cama cuando sean solo las seis de la tarde, pero ya esté completamente oscuro afuera.

El fenómeno en nuestro país tiene una justificación sencilla: se cambia la hora en el verano para economizar energía, y se vuelve al horario “normal” en invierno cuando el ahorro no sería tan significativo. Sin embargo, estos cambios en los horarios de nuestras rutinas nunca han estado exentos de polémicas.

¿Cuándo partió esto? ¿Qué pasa en otras partes del mundo?

Si eres uno más de los que lo aborrece, quizás te consuele saber que no estás solo en el mundo: en enero de este año, Finlandia hizo una moción oficial ante el Parlamento Europeo para terminar con la práctica del cambio de hora; después de que una petición pública logró juntar más de 70 mil firmas de apoyo. Y el tema se extiende mucho antes en la historia:

Los primeros en adoptarlo oficialmente como país fueron los alemanes, en 1916, para ahorrar carbón durante la Primera Guerra Mundial, seguidos por los británicos y el resto de los Aliados para no estar en desventaja. Sin embargo, la gran mayoría, a excepción del Reino Unido, abandonó la práctica al final de la guerra.

La idea había sido propuesta con anterioridad varias veces en el Parlamento británico, pero siempre recibida con oposición e incluso burla. En 1784 y en EEUU, Benjamin Franklin habría esbozado la idea aunque en tono irónico. En una carta satírica anónima, decía que los parisinos ahorraban velas por levantarse más temprano, sugiriendo un impuesto a los postigos (puerta pequeña exterior de una ventana) en Estados Unidos, racionamiento de velas e incluso el despertar a todos los ciudadanos al amanecer tocando las campanas o con un cañonazo de alarma. Probablemente la solución ideal para todos los que ponen la alarma en snooze en la mañana y no logran nunca salir de la cama.

Franchutes revoltosos con calendarios propios

El caso es que, la hora es en sí misma, es nada más que una convención social, como lo son todas las formas de medir y organizar el tiempo. Lamentablemente, ninguno de los que vivimos en sociedad podemos desligarnos de esto pero, para los espíritus rebeldes, aquí les contamos el porqué de esta convención, para que puedan contar con algunos argumentos históricos. Quizás incluso les puede servir a los más audaces para inspirarse e inventar su propio nuevo calendario. Mal que mal, el nuestro es relativamente “nuevo”.

De hecho, los franceses decidieron hacer lo propio luego de la Revolución Francesa. En su afán de cortar todo lo que tuviera alguna conexión con el cristianismo, decidieron implementar un nuevo calendario que comenzara con la proclamación de la República –el 22 de septiembre de 1792– estableciéndolo como año cero, en vez del nacimiento de Cristo. Este calendario tenía 12 meses de 30 días cada uno, y los 5 días restantes que quedaban, eran dedicados a festivales en honor a la virtud, el genio, el trabajo y la recompensa; caían entre el 17 y el 22 de septiembre.

En lugar de semanas de siete días, el mes estaba dividido en tres periodos de diez días llamados décade, siendo el último día de cada décade, la jornada de descanso. Incluso se decidió dividir el día en partes decimales, pero como esto no resultaba demasiado conveniente –básicamente había que ponerse a inventar y fabricar nuevos relojes– terminó por no aplicarse. Los meses del año también cambiaron de nombre, recibiendo nuevas denominaciones en relación a las estaciones del año y los cambios en la naturaleza. A pesar de la tremenda “creatividad” de los franchutes, el calendario mismo fue de corta duración porque, aunque funcionaba internamente, las relaciones con el extranjero se volvían un tanto desastrosas cuando los meses nunca calzaban con los del calendario usado en el resto del mundo occidental.

Pero ninguna forma de organizar el tiempo es universal. Ni siquiera sabemos muy bien por qué nuestros días son de veinticuatro horas. Probablemente lo heredamos de los egipcios, quienes habrían sido los primeros en dividir el día en unidades más pequeñas. Este sistema dividía el día (es decir, las horas de luz) en 12 partes, pero con horas que variaban en su cantidad de minutos entre el invierno y verano, siendo más cortas cuando había menos horas de luz y más largas cuando los días comenzaban a durar más. También fue adoptado más adelante por los griegos y los romanos, cuando las horas podían durar entre aproximadamente 45 y 75 minutos. Se piensa que la noción de dividir una hora en 60 minutos y el minuto en 60 segundos, vendría de los babilonios –quienes a su vez lo heredaron de los sumerios, los que tenían una predilección por el uso del 60 como sistema numérico base.

César, mucho más que una ensalada

Incluso nuestro actual calendario, llamado en realidad calendario gregoriano, es bastante “nuevo” (si consideramos que el homo sapiens sapiens lleva cerca de 200 mil años de pie en este planeta). Introducido en el año 1582, vino a arreglar el desfase del antiguo sistema calendárico en uso en Europa, conocido como calendario juliano, por haber sido impuesto por Julio César en el año 45 a. C.

La verdad es que hay que hacerle justicia a Julio César y su calendario, porque el sistema anterior tenía ya unos mil años de uso, y estaba divergiendo en alrededor de 11 días, pues su cálculo del año excedía en 11 minutos y 14 segundos el tiempo del año real­. ¿Y antes de eso? Los romanos usaban un sistema que estaba tres meses adelantado al año solar y no coincidía ni con las estaciones ni los ciclos lunares.

Ese antiguo calendario romano tenía 10 meses de 30 o 31 días, que sumaban en total 304 días, empezando en marzo y terminando en diciembre, a los que después les sumaron dos meses más, pero todavía sin llegar al número necesario de días. De hecho, siguiendo los consejos de Sosígenes, astrónomo de Alejandría, Julio César hizo los cambios fundamentales que serían la base de nuestro calendario actual: dividió los 365.25 días en que se calculó el año solar, en 12 meses, los que tenían 30 o 31 días, menos febrero que tenía 28, o 29 en el año bisiesto, introducido cada cuatro años (aunque no había 29 de febrero, sino que se repetía el 23, para la suerte de los nacidos ese día).

Claro que para la confusión de los pobres romanos, César no tuvo otra que meterle de una vez los tres meses faltantes al año, sumándole 90 días enteritos en el primer año. ¡Díganme de llegar cansados a diciembre!

Gregorio XIII y los 11 días que se borraron de un plumazo (literalmente)

Pero como con todos los sistemas calendáricos, al juliano también le llegó su hora, para darle paso al calendario gregoriano. Ya en el siglo XIII se habían dado cuenta que el calendario estaba desfasado con los equinoccios, con lo que el día de Pascua de Resurrección divergía cada vez más de la Pascua judía, con la que debía coincidir de acuerdo a los Evangelios. Durante los siguientes cuatro siglos, empezaron a tratar de ponerse de acuerdo para arreglar el “detalle” y recién en el siglo XVI, ya con poca paciencia de tanto ir y venir, Gregorio XIII decidió cortar el queque y simplemente sacar diez días de ese año para sincronizar el calendario. Así, el día siguiente al 4 de octubre de 1582, no fue el 5 de octubre, sino que el 15 de octubre y ¡zaz!, problema resuelto. No sé ustedes, pero después de eso creo que una hora más o una hora menos, es un pelo de la cola.

Claro que no todos aceptaron estos cambios de buenas a primeras. En Inglaterra, por ejemplo, que ya era protestante, no les parecía nada de simpático que el Papa les viniera a cambiar las fechas así como así, y por lo tanto ni los británicos ni sus colonias americanas cambiaron del calendario juliano al gregoriano hasta 1752, cuando ya el desfase se estaba volviendo insostenible. Así, en el mundo anglosajón pasaron del 2 al 14 de septiembre en ese año, pero no sin resistencia, porque incluso hubo protestas pidiendo esos 11 días de vuelta. Toda la razón, yo saldría hoy mismo con mi pancarta si pudiera recuperar aunque sea una hora de sueño. En todo caso, los ingleses no fueron los únicos en no hacerle caso al Papa, porque hasta hoy la Iglesia Ortodoxa Rusa sigue usando el calendario juliano.

Y para que se vayan preparando: como el día no dura exactamente 24 horas, sino unas infinitesimales fracciones de segundos más, en el año 4909 deberemos nuevamente reajustar el calendario para enmendar el error acumulado, agregándole un día más. Incluso hay quienes proponen un calendario de 364 días con el que los días estarían fijos, cayendo la misma fecha siempre en el mismo día de la semana, más una semana extra añadida cada 5 o 6 años, para ajustar el desfase de los 1.25 días faltantes. Porno para los amantes de la exactitud.

Sea como sea, quizás el mejor remedio es acordarse que los horarios de invierno y verano, así como los “fomingos” y los lunes, y los meses del año, son todos una invención del ser humano. No sufra ni se enoje tanto con el próximo cambio hora, sino que agradezca que, al menos en el futuro cercano, no le van ni a quitar una semana en el año ­–que además de todas maneras sería la de vacaciones– ni le van a chantar tres meses más de pega “para arreglar el calendario que se corrió, sin querer queriendo, ¡ups!”. Además, ahora con las noches más largas no hay mejor excusa para estar “ocupado”, con pijama a las 9 de la noche haciendo maratón de Friends en Netflix.

¿Crees que nuestro calendario gregoriano es el adecuado?

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Comentarios
Ale Cofré | 2018-05-16 | 15:15
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Hola! Recomiendo el siguiente video: Strangest Time Zones of the World (Las más extrañas zonas horarias del mundo, en ingles con subtítulos en ingles, pero se entienden las ideas y las imágenes)

https://youtu.be/uW6QqcmCfm8

Una muestra más que la hora es algo artificial, incluso asociada a cuestiones políticas.

Saludos,
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Ale Cofré | 2018-05-16 | 15:17
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Tomado desde: http://www.microsiervos.com/archivo/mundoreal/zonas-horarias-mas-raras-mundo.html
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Ignacio Monreal | 2018-05-17 | 15:30
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Solo sirve para los que no somos supersticiosos, pero creo que lo mejor sería el Calendario Fijo Internacional: 13 meses de 28 días (364 días) + 1 día fuera del calendario (día de año nuevo y que no pase nada ese día, como el 1 de Enero).

Me gusta la idea de cambiar el calendario, no solo por uno más eficiente con la división del año, sino que también porque el calendario actual es demasiado Eurocentrista al basar el año 0 en su religión y no considerar otras culturas que llevan milenios midiendo el tiempo de otra forma tan arbitraria como la que usamos... respecto a eso, recomiendo revisar el video (https://youtu.be/czgOWmtGVGs)
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Francisco Gonzalez | 2018-05-17 | 16:45
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Que buena... falto el clásico “dato rosa” en relación al cambio de calendario Juliano a Gregoriano; ese que dice que Cervantes y Shakespeare murieron en la misma fecha, pero con 11 días de diferencia 🙊
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