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Imagen: César Mejías

Benjamín Walker y su conexión con 'ese lenguaje misterioso que son las frecuencias'

El cantautor chileno, nominado a la última edición de los Latin Grammy y recientemente anunciado como representante de Chile en la Competencia Folklórica del Festival de Viña del Mar, conversó con nosotros sobre su vida, su música y sus creencias.

Por Martín Poblete @martin_poblete | 2018-12-18 | 11:30
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“Cantaba en el colegio, cantaba en los recreos, solo, caminaba cantando fuerte, me importaba una raja… Y bueno, mi mamá es música del conservatorio, y tiene criterio para cachar si un niño tiene cualidades para cantar o no, y le pareció que sí”.
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“Perdón por la demora, no he parado de correr estos días”, dice un apurado Benjamín Walker (26) al recibirme en su departamento. Su rostro y su voz evidencian el cansancio acumulado de una seguidilla de varios meses intensos.

Un día antes de la entrevista, hizo siete entrevistas radiales en Valparaíso. Hace apenas un par de días estaba en Valdivia, lanzando el nuevo disco de su otro proyecto, la banda de rock experimental Hausi Kuta. Antes de eso, estuvo en Las Vegas, participando como nominado a los Latin Grammy. De vuelta en Santiago, y tras un exitoso concierto a tablero vuelto en Matucana 100, Benja nos cuenta que está preparando todo para anunciar su participación como representante de Chile en la Competencia Folklórica del Festival de Viña del Mar. Y ahora que escribo esto, acaba de publicar en Instagram las fechas del verano con su amigo Vicente Cifuentes, que es además parte de su tercer proyecto musical La Junta, en el que participa también Charly Benavente.

Desde muy temprana edad, Benjamín Walker ha destacado por su talento y su madurez musical. Como hijo menor de la cantante Cecilia Echenique, Benjamín aprovechó su estimulación temprana en la música para crear un estilo de folk relajado y amable, pero dotado de una sofisticada composición y una técnica impecable, que le ha valido reconocimientos dentro y fuera de Chile. Su primer disco, Felicidad (2014), le valió el Premio Pulsar 2015 en la categoría de Artista Revelación, y su sucesor Brotes (2017) lo llevó a ser nominado a los Latin Grammy 2018 en la categoría de Mejor Artista Nuevo.

La entrevista se da como una conversación casual. Con su personalidad afable, de risa fácil y mucho histrionismo. Benja habla, sentado en el suelo del living, sobre su pasado, su presente y los principios que guían su futuro.

Pero, antes de empezar a leer, ponle play a su disco Brotes. Verás que vale la pena hacerlo.

Cuéntanos de tus inicios en la música

“Para mí siempre la premisa fue el canto. Yo canto desde muy chico, y me encanta cantar. Lo paso muy bien cantando. Cuando volvía del jardín y me aprendía una canción, la cantaba todo el día en la casa. Cantaba en el colegio, cantaba en los recreos, solo, caminaba cantando fuerte, me importaba una raja… Y bueno, mi mamá es música del conservatorio, y tiene criterio para cachar si un niño tiene cualidades para cantar o no, y le pareció que sí. Entonces me regaló un requinto [un instrumento parecido a la guitarra, pero más chico], a los 6 años. Y la gracia del requinto es que, como la caja es más chica, yo alcanzaba a ponérmela, y el mástil es tan ancho como el de una guitarra normal, así que tuve la dificultad de tener que estirar los dedos desde chico. Y eso está bueno, porque me hizo interiorizar, más allá de la teoría o qué sé yo… Porque, para los años que llevo tocando guitarra, encuentro que soy mal músico. Pero, como llevo muchos años tocando, he logrado sacar un sonido y una ejecución de la guitarra de nylon muy efectivo y limpio. Me gusta el sonido que le saco a la guitarra de nylon. Pero más que por estudio, ha sido por años de carrete. Llevo 20 años tocando guitarra”.

¿Y por qué te consideras un mal músico?

“Porque, para el tiempo que llevo, si fuera diligente y estudiara como creo que debería estudiar, debería ser mucho mejor de lo que soy. Me pasa que soy tan ansioso, que aprendo algo y empiezo a sacarle el jugo a una cosa muy pequeña, en vez de seguir avanzando, ¿cachai? Ponte tú, en paralelo al colegio, estudiaba en la Escuela Moderna, y nunca llegaba con todas las tareas hechas porque empezaba a hacer una y ese ejercicio de digitación se convertía en un juego que terminaba convirtiéndose en canción, entonces nunca terminaba de digitar la tarea.

Me pasa lo mismo leyendo. Me gusta leer, pero leo un capítulo y me quedo fantaseando con todo lo que acabo de leer, y no termino nunca el libro porque me quedo mirando el techo. Yo sueño despierto todo el rato, así como Doug Narinas [risas], y eso me hace avanzar poco, ¿cachai? Entonces era un pésimo estudiante. Pero llevo tantos años estudiando, que igual tengo conocimiento acumulado a pesar de ser negligente como estudiante.

Partí con una profe que me enseñaba canciones populares, después me pasé a estudiar blues con el Roberto Dañobeitía, y del Roberto pasé a la Escuela Moderna, que fue donde Jorge Díaz me vio tocando, y encontró que en dos años no había aprendido nada, así que me pidió que me saliera y él me empezó a hacer clases. Porque el Jorge era guitarrista de mi mamá. Y él fue el profesor que más me enseñó teoría musical, con el que más aprendí, porque era un cabrón además. Me daba susto llegar sin la tarea aprendida”.

Y tiene método. Es un profesor, es un pedagogo. Con él aprendí más que la conchesumadre. Y me sirvió, porque justo aprendí un poco de jazz con Jorge y me tocó irme a Estados Unidos ese año, a los 14”.

¿Te fuiste?

“Me fui con mi familia. Fui a un high school, con más de 3.000 personas solo en la media. Y son gringos, de la Costa Este, con un nivel cultural muy desarrollado. Todos tocaban instrumentos, todos leían música desde chicos, todos tenían clases de música obligatoria. Entonces, si el piso es de gente que lee música, imagínate cómo son los que realmente se dedican. Son secos.

Entonces había siete bandas, porque se clasificaban de mejor a peor. Y la primera banda era la mejor big band interescolar de la Costa Este estadounidense. Tuve cueva: justo fui al pueblo cuya big band, en el colegio público, era la mejor de la Costa Este. Y audicioné y quedé en la segunda banda, como segundo guitarrista eléctrico. Pero, cuando terminó la audición, antes de que el director se fuera, yo le dije: `oye, por casualidad, también canto´. Era mucho mejor cantante que guitarrista, pero no se me ocurrió audicionar como cantante. Y ni siquiera me escuchó cantar, me dijo `ya, anda al ensayo de la primera banda hoy en la noche´.

Fui, y me presentaron diciendo `mira, este es Benjamín Walker´, el hueón menos latino del mundo [risas]. Vimos el catálogo de canciones y me dijeron `ya, elige un estándar y muéstranos qué puedes cantar´. Yo lo tomé y elegí Bésame mucho. Se repartieron las partituras, vi que el tono me quedaba bien y, hueón, me lucí. El tono me quedó perfecto. Y todos como `¡woooow, tenemos un cantante en español que canta bien!´. Entonces me subieron a la primera banda como tercer guitarrista y vocalista. Ensayábamos todas las tardes, tipo Whiplash. Y era exigente, si guateabai un poco te cambiaban por el segundo de tu instrumento al toque, sin dudarlo, y todos tocábamos angustiados todo el rato [risas], pero aceptando esas reglas del juego.

Y eso me estimuló mucho. Eso, mezclado con que yo estaba solo, me trajo un chauvinismo por lo latinoamericano. Escuché música latina más que nunca, irónicamente, estando allá… Coincidió, además, con que Manuel García sacó Pánico (2005), y comencé a jugar yo a hacer mis canciones. En realidad fue una mezcla de Jorge Drexler y Manuel García. Sobre todo Drexler, a nivel de letras. Me inquietaban las letras de Drexler, las encontraba perfectas. Ahí comencé a hacer el ejercicio de hacer canciones, y no pude parar hasta hoy. Es lo que más me estimula, por lejos”.

“De ahí volví, retomé clases con Jorge, dejé un tiempo cuando estaba en derecho, y ya en el último año, cuando egresé, se me ocurrió retomar los estudios con Chicoria Sánchez. Ahí tenía más conocimiento de causa, de decir `este es mi sonido, este es mi instrumento: la guitarra de nylon´”.

¿Cómo vives la música?

“Para mí la música es un lenguaje, y no hay una ecuación para hacer una hueá bien hecha, solo hay gustos. Para mí eso tiene que ver con estar conectados con este lenguaje, que es una hueá irracional, y eso es lo bello de escuchar la música. De saber que la combinación de tales notas va a generar una tensión tal, que te va a apretar la guata y te va a hacer un nudo en la garganta y vas a querer llorar. Y quién sabe por qué es, pero pasa. Y el músico tiene una sensibilidad tal que puede identificar eso. Se trabaja, claro, es un oficio. Pero está esa sensibilidad primordial, que tiene que ver con tener esa conexión con ese lenguaje misterioso que son las frecuencias”.

Tu disco “Brotes”se siente como que te pusiste a soñar despierto con la guitarra en la mano…

“Eso es lo que hago. A veces me pongo a soñar despierto, me da ansiedad y mi forma de canalizar esa ansiedad es ir corriendo a agarrar la guitarra. De repente cierro la puerta, cierro las cortinas, y me pongo a caminar por la pieza tocando guitarra, imaginándome en un contexto musical en el que quiero provocar tal sensación en la gente, y desde esa energía voy cambiando voicings [las formas en que se disponen las notas de un acorde]hasta que digo `mierda, esto es lo que estoy sintiendo. Esto es´. Y de ahí voy tirando del hilo.

Y no es que lo haga pensando que debo ir desde la subdominante a la tónica, y buscar la tercera con la segunda inversión del acorde. No. Voy buscando voicings nomás, me dejo guiar por los sonidos de la guitarra. ¡Qué más puro que eso!

Yo creo que hay que aprender teoría, está perfecto. Lo que sé es gracias a eso, y quiero seguir aprendiendo para no quedarme con los mismos acordes y sonoridades. Eso es clave. Pero es un arma de doble filo, si es que uno cree que las canciones se construyen porque hay que seguir ciertos cánones o parámetros, tu mundo se limita demasiado. El mundo del lenguaje musical es un mundo que realmente no entendemos, que tratamos de racionalizarlo a través de la teoría, pero son nomenclaturas que nosotros le damos a algo que no necesariamente entendemos”.

¿Es importante seguir estudiando?

“Bueno, estoy en una situación complicada, porque me he mantenido estudiando desde que aprendí a tocar guitarra hasta el día hoy. Nunca he dejado de estudiar, y mi pretensión es nunca dejar de hacerlo, porque me asusta quedarme pegado en lo mismo.

Me angustio cuando no tengo capacidades de ir mejorando. Uno va mejorando sus gustos, sus capacidades, te vas poniendo más exquisito, vas cambiando la música que escuchas, y se va acotando ese nicho porque es cada vez menor la música que satisface tus inquietudes. Y es frustrante cuando no estás a la altura de tus propias expectativas de hacer música”.

Y en tu caso personal, ¿cómo lo haces?

“En mi caso, Chicoria Sánchez es lo mejor que me pudo haber pasado, porque con el Chicoria comparto una forma de ver la música, que es sin endiosar la forma, la teoría. Entendiéndola como una herramienta, pero entendiendo que en última instancia lo más importante siempre va a ser la guata. Si tu cuerpo reacciona y se emociona, y gatilla cosas en ti, ese es el único criterio que tiene que importar, creo yo. La emoción.

Para mí la magia del oficio está en la conjugación y el equilibrio de todos los factores. De un acorde que suene rico, de un voicing que te guste, de una línea melódica que genere cosas, de un paisaje sonoro en el que se desenvuelva ese personaje, que es esa línea melódica. Que tenga valor por sí mismo, que los versos que uno relate tengan valor en sí mismos y sean significativos y digan de forma original y simple lo que uno quiere traducir en la canción. Que las palabras que uno elija para ese verso suenen lindas. Para mí las palabras son timbres: así como uno elige un sonido tal del teclado para adornar una canción, uno elige las palabras por cómo suenan.

En el equilibrio, cuando le pegai al gato con todas esas cosas, puedes decir que construiste una gran obra”.

¿Estás conforme con tu carrera hasta ahora?

“[Risas] Muchísimo”.

Hay artistas que, a pesar de conseguir cosas grandes, no logran ser felices porque cuestionan todo. ¿Te pasa algo así?

“Sí, porque en mi naturaleza está la perfección constante. Soy muy perfeccionista. No en el sentido obsesivo, ridículo. Irónicamente, me gusta la humanidad y el error. Una cosa no quita la otra.

Mi música tiene errores, y es humana. Es lo que me hace sentido. A mí me consta que en los conciertos que generamos, como Matucana 100, que acaba de pasar, lo que prima es la humanidad, y eso es lo que conmueve y comulga a los que están sentados con los que están arriba del escenario. Pero para que ocurra esa convivencia, esa catarsis de humanidad, hay que trabajarlo bien. Implica mucho trabajo, y yo soy muy trabajólico. De hecho me pasa la cuenta, no descanso nunca.

Pero he tomado decisiones en la vida que me han hecho apreciar y mantenerme aterrizado de forma tal que tengo que agradecer y disfrutar las cosas que me han pasado. Tengo la suerte de que me crié en la industria musical, es lo único que conozco. Me he criado entre los músicos de este país, entre conciertos, producciones… Y eso me dio la oportunidad de saltarme ciertos errores. Pude caer en cuenta de cosas antes de que me pasaran, y gracias a eso he sabido decir que no a cosas que no me van a llenar nunca, como proyectos en la tele, teleseries y oportunidades que tuve desde muy chico, y que supe que no me iban a significar nada. Supe decirles que no a una edad en la que no era tan obvio, y eso fue gracias a que tuve la cueva de rodearme de gente muy inteligente y con mucha sabiduría, como mi mamá y mis hermanos. Yo soy el menor. Mis dos viejos son figuras públicas [además de su madre Cecilia Echenique, Benjamín es hijo del exsenador y exministro Ignacio Walker], entonces pasé a darme cuenta de las posibilidades de que mi vida se volviera una hueá banalmente mediática”.

Eso sigue viéndose en redes sociales… El peso y la carga política de tener el apellido Walker. ¿Cómo lo manejas?

Trabajando. Es que nunca me ha importado, la verdad. Estoy tan consciente de que tengo algo con valor que entregar, y a punta de nada más que me saco la chucha.

Tengo privilegios, sí. Me crié en la música, mi mamá es artista, mis viejos me apoyan… Pero no descanso en eso. Tomé las buenas condiciones que tuve para hacer lo que hago, y hacerlo aun mejor. Porque me lo tomo con responsabilidad.

Igual alguna vez sentí algo de culpa, y creo que la culpa es un mal motor, pero ha sido un motor para jactarme de que nada es regalado y me saco la cresta”.

¿Hay algún principio básico que rige tu carrera?

“[Piensa durante un largo rato]. No hay algo racionalizado, pero algo que me ha hecho siempre sentido es el reconocimiento del otro. Reconocer lo humano, ver personas, ¿cachai? No sé si potenciales, no sé, pero no puedo sino observar a las personas y escuchar su humanidad. Las cosas que piensan, las cosas que pueden aportar, no sé.

Y, la verdad, no responde a algo que yo busque. Estoy pensando en voz alta, pero siempre he tenido ese ímpetu para hacer las cosas, reconocer al otro como un ser humano con capacidades, con características. A mí lo humano, así como me asusta, me fascina.

Por eso mi equipo es de pura gente que admiro, y que sé que tienen un ímpetu parecido al mío, de que no se pueden acostar sin hacer una hueá linda y bien hecha. Sé que toda la gente en mi equipo está obsesionada con lo que hace, y a mí me motiva mucho ver a la gente motivada.

Si hay algo que analizo de eso en mi equipo, es que no hay ningún otro criterio que hacer una hueá bien hecha. Linda, significativa, que te haga decir `hueón, tengo mis capacidades de ser humano y las ocupé al máximo para hacer algo bello´. Es lo único que me hace sentido en la vida. De hecho, el día de mañana puede que ni haga música. Pero para lo que haga, el criterio que me va a satisfacer y realizar va a ser siempre ese”.

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