Antonio Quispe invitó al haitiano a bajar un pisco. Entre sorbos de labios heridos le contó que las peleas callejeras eran plata fácil, pero que hay que andarse con cuidado, que otro haitiano había terminado en la UCI por un balazo, que le rezaba siempre a Santa Rosa, que lamentaba haberle reventado el ojo, pero que necesitaba la plata, que lo primero que haría el día siguiente sería mandársela a su mamá, en Lima, para que arreglara la máquina de coser que rompió el día en que le dijo que en el Perú quedaban solo los incas y sus ruinas.

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carmen concha | 2016-11-04 | 19:12
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